Las historias narradas por Malcolm Gladwell nos ofrecen valiosas lecciones. Entre ellas, destaca la historia de Louis y Regina Borgenicht, oriundos de Hamburgo, cuyo relato se sitúa en el año 1889. Este matrimonio, que ya contaba con algunos años de casados, esperaba la llegada de un segundo hijo en su hogar.
Su plan para progresar implicaba trasladarse a la ciudad de Nueva York, donde serían recibidos por la hermana de Louis. A pesar de las dificultades en el viaje y de contar con escasos recursos económicos, como a menudo sucede con los emigrantes, lo que les sobraba era la esperanza.
Para subsistir, Louis solicitó a su hermana que le concediera crédito por algunos pescados para luego venderlos en la calle. Al final de la semana, logró éxito en sus ventas. A pesar de que sus ganancias iban en aumento, Louis no consideraba esta actividad como un emprendimiento sostenible. Por consiguiente, decidió diversificar su negocio, comercializando toallas, manteles, cuadernos y frutas. Aunque esta modalidad de negocio le generaba beneficios, Louis reflexionaba constantemente sobre si ese era el futuro que realmente anhelaba. Fue con la llegada de su segundo hijo que su urgencia por emprender algo más significativo se intensificó.
Experimentaba la sensación de que todas las opciones disponibles en el mercado no ofrecían la solución que tanto anhelaba para superar su situación. Justo cuando parecía haber agotado todas las posibilidades, surgió la respuesta inesperada: la venta de ropa.
Recordaba con claridad la proliferación de tiendas de indumentaria a su alrededor, dedicadas a la venta de trajes, vestidos y faldas confeccionados y listos para llevar. Contemplaba cómo estas prendas estaban al alcance de todos sin la necesidad de confeccionarlas personalmente ni de adquirir la tela correspondiente. En América, incluso aquellos con ingresos más modestos podían evitarse la laboriosa tarea de confeccionar su propia vestimenta, bastaba con acercarse a una pequeña tienda para adquirir la prenda requerida.
Esto hace recordar una frase: “No inviertas tu tiempo en crear algo que alguien más ya pensó y realizó”. Sin embargo, considero que siempre existen oportunidades para mejorar e innovar en lo que ya está presente.
En la continuación de la historia de Louis y Regina, Louis identificó en un sector en particular la promesa de lo que buscaba. Decidido, tomó su cuaderno y se dedicó a observar detenidamente la moda de la gente, los productos en venta, los precios, los colores y el público objetivo, ya sea mujeres o niños. Su objetivo era encontrar un producto único, que no estuviera disponible en las tiendas habituales, algo novedoso para ofrecer. Después de varios días de investigación, observó a un grupo de niñas jugando, entre las cuales una llevaba un pequeño delantal con un lazo en la parte trasera. Este detalle le hizo recordar que a lo largo de sus exploraciones previas no había encontrado ningún delantal similar en las tiendas visitadas.
Al llegar a su hogar, compartió la idea con Regina, quien disponía de una máquina de coser algo antigua, ideal para su emprendimiento. Decidió entonces adquirir tela de guinga y tela blanca para comenzar la fabricación de baberos para bebés y delantales infantiles. Juntos, dedicaron extensas jornadas de trabajo a este proyecto.
Louis salió a la calle y logró vender todos los artículos. En este momento, descubrió una valiosa oportunidad de crecimiento en el sector de la moda. Sin percatarse, Louis llevó a cabo un análisis de mercado al detalle, utilizando simplemente un cuaderno.
“Llegar a la ciudad de New York en la década de 1890 sabiendo costura o modistería era un golpe de fortuna. Los inmigrantes llegaban en el momento perfecto con las habilidades perfectas. Para explotar aquella oportunidad, había que tener ciertas virtudes, y aquellos inmigrantes trabajaban mucho, ahorraron e invirtieron su dinero sabiamente”
Y como era de esperarse, los Borgenicht tomaron la decisión de diversificar sus operaciones, incursionando en la fabricación de delantales para adultos y posteriormente en la confección de vestidos. Para 1892, contaban con una plantilla de veinte empleados y habían establecido su propia fábrica en Manhattan, atrayendo una clientela en crecimiento que incluía a una tienda de los hermanos Bloomingdale en la parte alta de la ciudad. Todo capital generado era reinvertido en su empresa, a pesar de mantener tan solo 200 dólares en el banco esta situación no representaba un obstáculo, pues los Borgenicht eran plenamente conscientes de que eran los artífices de su propio destino.
En esta narrativa, resulta evidente las significativas ventajas que Louis percibió en la industria de la moda, donde, a pesar de carecer de conocimientos previos en el sector, logró destacarse como emprendedor. Por ende, al considerar la posibilidad de iniciar un negocio, es fundamental tener en consideración los beneficios que esta industria brindó a Louis y Regina.
–Expansión, como en la industria de la ropa requería de varios participantes, esto generaba un gran número de empleos, los que diseñaban, los que cosían.
-Crecimiento; cualquier proveedor de servicios podía crecer lo suficiente creando sus propios diseños.
-Bajo costo de Inversión; el costo de inversión era mínimo, una máquina de coser, planchas y un par de personas.
-Reducción de costos; eliminando los intermediarios y al adquirir directamente las telas de los fabricantes, podía reducir costos y ofrecer precios competitivos al alcance de cualquier persona.
Pero sin duda lo mejor que tenía Louis y que sucede en el emprendimiento, es que era su propio jefe. Era dueño de sus propias decisiones, responsable del rumbo que fuera tomar su vida.
Un emprendimiento te genera tres cosas: autonomía, complejidad y relación entre esfuerzo y recompensa. Sin duda tres cualidades que debe tener un empleo para satisfacer a quien lo desempeña. Ya que no siempre el dinero que generamos es lo que nos hace felices. Se trata más bien de que nuestro trabajo o lo que hacemos nos haga sentir satisfechos y plenos.